SUMMARY
Este artículo busca reflexionar sobre algunas maneras en que ciertas prácticas consideradas femeninas, como el bordado, pueden usarse como iniciativas para recordar y homenajear las víctimas de la represión política y de otras formas de violencia, así como reparar el tejido social rasgado en la Venezuela contemporánea. Asimismo, intenta analizar las tensiones entre texto y textil, colectivo y privado, dolor y crecimiento. Se presentan dos trabajos en los cuales el craftivismo da voz a los desaparecidos por medio del bordado en colectivo de sus nombres. Para el Tapiz Rubedo se convocó a bordar los nombres de los fallecidos en contexto de protesta en un arco de tiempo que abarca desde el 2002 hasta la actualidad, no como una obra monumental sino como una acción íntima, pues nada es más privado que la muerte. Cada participante investigó sobre la persona asignada, para comprometerse con ella y para poder sostener respetuosamente su nombre. Bordamos en rojo sobre rojo —lo cual dificulta la tarea— para evidenciar la invisibilización de sus historias. Bordar en público construyó sentido de comunidad y apoyo mutuo en el duelo y la reparación, convirtiéndose en una declaración política y una práctica crítica de auto-ajuste en un ambiente plagado de hostilidades. De manera similar, el tapiz Nigredo, un trabajo anterior que sirve de antecedente a éste (aunque ambos continúan en proceso), invita a los espectadores a bordar sus propios nombres, comprometiéndose como testigos de las muertes violentas de cinco mujeres venezolanas.