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Encrucijadas de la creatividad

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ROSTROS Y PERFILES DE LA CREATIVIDAD Coordinador: Celso Sánchez Capdequí   Si alguna expresión ha cobrado especial relevancia en los usos lingüísticos y prácticas de los actores contemporáneos es la de creatividad. Su presencia se ha instalado en los múltiples escenarios y ámbitos que definen la complejidad reinante. Se trata de una expresión firmemente arraigada en las tramas secretas de la vida contemporánea que perfila los contenidos de la agenda de nuestras vidas en aspectos tan sustantivos como las ilusiones, las ambiciones, los ideales, los miedos y los peligros más inmediatos. La creatividad ha perdido el aura de lo extraordinario en manos de una minoría social selecta y se ha convertido en la matriz imaginaria que define y delimita los contornos de lo normal. En la modernidad lo normal es ser creativo, mientras que lo anormal es no serlo. El hecho creativo se hace presente de manera inadvertida en un sinfín de expresiones y términos discursivos y a través perfiles y rostros sociales (el creador, el innovador, el emprendedor, etc.) que encarnan la búsqueda del valor más preciado de nuestra sociedad: la originalidad. Su impulso cultural ha transformado el escenario de la convivencia global expandiendo su influjo a lo largo y ancho del planeta humano. De este modo, se ha asentado como denominador común de campos tan variados de la actividad profesional y académica de nuestras sociedades como el arte, la moda, la investigación científica, la economía (creativa), la publicidad, el urbanismo, el diseño, la gastronomía. Expresiones como innovación, talento, calidad, excelencia, originalidad, creatividad, conforman parte de un clima simbólico encargado de aunar la diversidad de esferas de especialización profesional y de estilos de vida. Por este motivo su temática ocupa buena parte de la atención de la sociología y de otros campos científicos del momento. Autores como S.Eisenstadt, R.Bellah, H.Joas, A.Reckwitz, W.Knöbl, B.Wittrock, J.P.Arnason, R.Florida, L.Boltanski, E.Chiapello analizan, desde diferentes ópticas, una realidad social de gran alcance que también se abre paso como foco de análisis en diferentes sectores del conocimiento científico como la psicología (A.Maslow, H.Csikszenmihalyi, D.Goleman), la economía (J.Howkins, A.E.Anderson), la biología (F.Varela, H.Atlan),  la física (D.Peat, F.Capra), etc.   Ya entre los fundadores de la sociología la mirada se dirigió hacia el papel creativo de la acción social. En ese tiempo de cambios y transformaciones políticas, científicas y culturales, la idea de creatividad asomaba tímidamente en el debate académico y en la opinión pública en episodios sociales tan representativos de la modernidad y de la reflexión sociológica como la efervescencia ritual en Durkheim, la revolución en Marx, la experiencia carismática en Weber, las trascendencia de la vida en Simmel, la moda en Veblen, el lujo en Sombart, sin olvidar escenas tan arraigadas en el imaginario moderno como el fondo onírico de las urbes capitalistas de Benjamin, el empresario visionario en Schumpeter y el impulso erótico en la civilización industrial en Marcuse. Sin embargo, como dice una de las voces más autorizadas sobre el tema de la creatividad, Andreas Reckwitz, estas miradas ofrecían un alcance escaso y limitado porque se realizaban sobre la base de un dominio hegemónico incontestable de la racionalidad medios-fines y de un finalismo-teleologismo histórico que bloqueaban cualquier intento de intervención creativa de los actores en el diseño de lo social. Sin llegar a ser minoritario, el tratamiento teórico de la creatividad ocupaba un lugar periférico en los debates centrales de la reflexión sociológica, especialmente preocupada por el impulso ilimitado de la racionalidad funcional como criterio técnico de evolución cognitiva y moral.   Desde los años 70 del siglo pasado el paradigma de la Teoría de la modernización clásica ha perdido el impulso que convirtió la racionalidad funcional en esquema universal de diagnóstico y cambio social. Fruto de una larga cadena de transformaciones culturales que han ido sucediéndose en el tiempo reciente como  las vanguardias artísticas de comienzo de siglo 20, las revoluciones neoexpresivistas del yo emocional de mitad de siglo pasado y la reciente emergencia del capitalismo estético dirigido a la producción de ideas, signos y emociones, asistimos a la génesis de una atmósfera simbólica inédita y necesitada de estudio y diagnóstico social. En ella, la creatividad deviene valor, esquema directriz de los horizontes de acción, marco de representación y referente normativo en la identidad, contextos familiares, profesionales y afectivos. De algún modo deja de ser monopolio de espíritus geniales y pasa a normalizarse y a integrarse en las tramas ordinarias de la existencia. Se trata de un cambio de índole axiológico que deja su impronta en órdenes tan variados de la vida social como el empleo del perfil del actor creativo en la práctica de la psicología, los modelos educativos centrados en la creatividad infantil, la organización semiológica de la ciudad, los sistemas de producción postburocráticos basados en la motivación personal, la estructura elástica y adaptativa de las organizaciones, etc. Estaríamos ante lo que algunos teóricos denominan el dispositivo de la creatividad (F.Heubel).   En este sentido, la creatividad constituye el sustrato cultural desde cuyo subsuelo simbólico todo individuo ha de hacer frente al diseño de su vida. Ya no compromete sólo a los artistas, sino a todos y cada uno de los actores sociales. De una u otra forma, se ha de ser creativo y original en la profesión, la familia, la solidaridad, la moda, el amor. El punto culminante sería el de su propia identidad en clave de autocreación: el yo se pone en liza en relación con la creatividad de modo tal que o se es creativo o no se es. Con ello la creatividad pierde el matiz de excelencia y de liberación que desde los inicios de la modernidad ha venido mostrando. Todos los individuos viven como desafío irremplazable la elaboración de expresiones de creatividad en sus diferentes apartados vitales y, además, se convierte en un desafío social y cultural vivido en muchos casos como un imperativo, en concreto, como el imperativo creativo. Parafraseando a Weber cuando dice que “el puritano quiso ser un hombre profesional: nosotros tenemos que serlo”, hoy podría añadirse que “no se trata de querer ser creativo, tenemos que serlo”. Esta creatividad transgresora tendría dos vertientes complementarias. Por un parte, el deseo de creatividad, al anhelo subjetivo y, por otra, el imperativo de creatividad, la expectativa social. Se desea ser creativo, pero también se debe ser creativo.

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